Varios sitios de la cuenca baja del río Bogotá lucen detenidas en el tiempo. Trochas abiertas por los indígenas panches, caminos reales por donde transitaron las tropas de la independencia, puentes en piedra con un pasado oscuro y hasta fósiles de mastodontes, hacen parte de las huellas imborrables del último tramo del río más importante de la sabana.
La laguna Pedro Palo, uno de los sitios de adoración de los muiscas, cuenta con más de 341 especies de aves sobrevuelan. Aunque es conocida como la joya de la corona de la cuenca baja del río Bogotá y hoy luce espléndida y silenciosa, muchos han querido adueñarse de sus tierras. Esta ha sido su lucha.
Una imponente casona con arquitectura francesa lleva casi un siglo como testigo de la caída del río Bogotá por un cañón de 157 metros de altura: el Salto del Tequendama. La edificación, construida en 1923, pasó de hotel a restaurante y luego a un sitio abandonado por cuentos de espantos. Hoy, es un museo que revive las huellas del pasado.
Los certeros golpes que recibe el río Bogotá en su paso por la capital y Soacha, lo dejan al borde de la muerte. Aguas negras, espumas y olores nauseabundos fluyen por los 120 kilómetros de la cuenca baja, un foco de contaminación que no les permite a sus habitantes interactuar con el afluente.