Una imponente casona con arquitectura francesa lleva casi un siglo como testigo de la caída del río Bogotá por un cañón de 157 metros de altura: el Salto del Tequendama. La edificación, construida en 1923, pasó de hotel a restaurante y luego a un sitio abandonado por cuentos de espantos. Hoy, es un museo que revive las huellas del pasado.
El río Bogotá serpentea por 380 kilómetros de Cundinamarca envuelto en un misterio ancestral que se remonta a cuando los muiscas lo adoraban porque los dioses les habían regalado sus aguas. Una nueva iniciativa nace para que el río vuelva a ser el orgullo de quienes viven en su cuenca.
Pocos pensarían que al río Bogotá le queda algo para mostrar luego de salir moribundo de la capital rumbo al Magdalena. Sin embargo, la naturaleza se impone con fuerza en la cuenca baja. Lagunas, cascadas, bosques secos, aves y hasta babillas, dominan la zona.